Con la nueva versión de Amor sin barreras, dejó una vez más en claro que su mente creativa abarca todos los géneros y posibilidades artísticas pensadas para el cine y el streaming.
El estreno mundial de la nueva versión cinematográfica de Amor sin barreras fue un triunfo colosal e instantáneo para Steven Spielberg. La fervorosa recepción que logró la película en la inmensa mayoría de los críticos estadounidenses se contagió de inmediato a la industria. Así, el primer musical de la extraordinaria carrera como director de Steven Spielberg trepó de inmediato a los lugares más altos de los pronósticos de la próxima temporada de premios.
Hay dos datos clave para tener en cuenta. Primero, que Amor sin barreras deja a la vista, por si faltaba algo, el poder y la capacidad artística de Spielberg para emprender con éxito cualquier desafío que se imponga cuando se trata de contar historias con el mejor respaldo que pueda imaginarse en materia de producción. Spielberg es el insuperable ejemplo de cómo un narrador clásico supo a lo largo de las últimas cinco décadas consagrarse a la aventura en sus múltiples formas con la ayuda de todas las herramientas tecnológicas (visuales, sonoras, digitales) cuya evolución él mismo contribuyó a mejorar.
Y segundo, que pese a todos los méritos de una carrera impar (alcanza un vistazo al documental de HBO que lleva su apellido y cuenta toda una vida consagrada al amor por el cine), la Academia de Hollywood siempre fue bastante mezquina para reconocer semejante obra de talento. Nominado 13 veces al máximo premio de Hollywood por sus películas desde 1978, obtuvo personalmente nada más que tres Oscar. Dos como director (La lista de Schindler, en 1994, y Rescatando al soldado Ryan, en 1999) y uno más como productor cuando La lista de Schindler ganó el premio a la mejor película. El cuarto Oscar le llegó en 1987 y fue honorífico (la estatuilla que lleva el nombre de Irving Thalberg), en reconocimiento a su trayectoria artística.
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