TOP GUN fue una de las películas más fundamentalmente ochenteras de todas las realizadas en la década de 1980. Brillante, superficial y empapada de himnos de soft-rock, la película de Tony Scott de acrobacias masculinas era una celebración del militarismo estadounidense, de los equipos caros y de la quema de océanos de combustibles fósiles. (¿Cambio climático? ¿Qué cambio climático?) También fue la película que convirtió al fresco Tom Cruise en una superestrella. Pero los tiempos han cambiado desde 1986, por lo que recuperar a Cruise como Pete "Maverick" Mitchell de la Marina estadounidense en pleno siglo XXI siempre iba a ser -por citar otro de sus éxitos de los años 80- una empresa arriesgada. Después de todo, Matrix: Resurrecciones y Los Cazafantasmas: Afterlife tenían sus fans (yo no era uno de ellos) y Star Wars: The Force Awakens fue un éxito, pero ninguna de ellas estaba a la altura de los éxitos de taquilla de hace décadas que se esforzaban por emular de forma tan evidente.
Sorprendentemente, Top Gun: Maverick va en contra de la tendencia. Dirigida por Joseph Kosinski (que realizó otra secuela tardía de los años 80, Tron: Legacy), y coescrita por el director habitual de Cruise en Misión: Imposible, Christopher McQuarrie, es un sincero homenaje al Top Gun original. El anuncio inicial y el montaje del portaaviones son prácticamente idénticos a sus equivalentes de 1986; se cierra con una dedicatoria a Tony Scott, fallecido en 2012; y entre medias no deja de referirse a los personajes e incidentes de su predecesora. El esquema de la trama también es similar, en el sentido de que se desarrolla en la escuela de vuelo de élite de la marina -también conocida como Top Gun-, donde un grupo de engreídos "mejores de los mejores" pilotos tienen todos indicativos dignos de superhéroes como Hangman (Glenn Powell) y Phoenix (Monica Barbaro).
La nueva película mejora a la anterior en todos los aspectos: la historia es más apasionante, los diálogos son más agudos y divertidos